Garantizar la protección de un grupo que constituye una cuarta parte de la población mundial parece esencial a medida que avanzamos hacia el control de la pandemia. Se necesita protección con urgencia cuando el riesgo de enfermedad es alto.
Sin embargo, para los niños, existe un riesgo relativamente bajo de enfermedad. Según datos de la OMS, los niños representan 1 de cada 9 infecciones por SARS-CoV-2, lo cual constituye solo el 2% de todas las hospitalizaciones. La mayoría de las infecciones en los niños se presenta de manera leve y se recuperan por completo. La enfermedad grave es rara, pero está bien descrita; esto incluye la condición inflamatoria y potencialmente mortal Síndrome Inflamatorio Multisistémico en Niños (MIS-C). Aproximadamente 1 de cada 3500 casos de niños resulta en la muerte, en comparación con una cifra de 1 de cada 60 para los adultos.
Si bien se sabe que los niños transmiten el virus a otros, la evidencia reciente de Islandia y Corea del Sur sugiere que los niños pueden ser transmisores menos eficientes del SARS-CoV-2 de lo que se pensaba anteriormente. Para poner esto en perspectiva, es importante recordar que el riesgo de que los niños propaguen el virus no es cero, y un aumento de casos en la comunidad también se reflejará en los niños.
Si bien mantener las escuelas abiertas para las clases presenciales es fundamental para la educación y el desarrollo de los niños, tener una gran cohorte de niños no vacunados y susceptibles, a pesar de su menor riesgo de infección y transmisión, puede volverse importante si los casos en la comunidad comienzan a aumentar.
Finalmente, evocando el principio ético de la justicia distributiva de que los beneficios y las cargas deben distribuirse entre los miembros de la sociedad de manera justa, los especialistas plantean que los niños deben ser incluidos en los ensayos de la vacuna COVID-19 para que puedan beneficiarse de la inmunización.